Amanece un día que se adivina primaveral. Desde el parking situado a la entrada de Chulilla, donde nos hemos reunido, se contempla una hermosa panorámica de la población. Sus calles encaladas ascienden por la falda de un impresionante promontorio rocoso coronado por las murallas y torreones de su Castillo.
Hace fresco, y decidimos dar cuenta del almuerzo antes de emprender la marcha. Hay un gran trasiego de senderistas y escaladores preparando sus equipos. Chulilla, con su orografía especial, es uno de los municipios con mayor atractivo del interior de Valencia para los amantes del senderismo y un enclave reconocido para la práctica de la escalada.
Tras los cafés, y bien pertrechados con nuestro equipos fotográficos -drone incluido-, iniciamos la espectacular Ruta de los Pantaneros, que recorre unos parajes sorprendentes por su gran belleza natural, con el atractivo añadido de dos puentes colgantes y varias pasarelas sobre el río Turia. Este es el recorrido que realizaban a diario los obreros que, en los años 40, trabajaban en la construcción del embalse de Loriguilla, situado a unos 5 km lineales de la población y que se alojaban mayoritariamente en Chulilla.
Al comienzo de la ruta nos encontramos con el mirador del Altico, desde donde podemos contemplar en vista aérea el Charco Azul, que visitaremos más tarde, así como el inicio de las hoces del río Turia. Tras las fotos de rigor, retomamos la senda que discurre por la parte alta del cañón bordeando el abismo con unas impresionantes vistas de los paredones rocosos hasta llegar a un gran meandro poblado de choperas, algunas de ellas todavía con su vestimenta otoñal de ocres y amarillos. Aquí haremos el primer vuelo del drone de José Antonio, que causa auténtica expectación entre los asistentes, y con el que hacemos alguna toma aérea del grupo.
A partir de este punto el itinerario se adentra en el Paraje Natural de “Los Calderones”, en el que el Turia ha excavado una profunda garganta de paredes verticales de roca caliza que llegan hasta los 160 metros de altura. La aparición de la empinada escalera que nos conducen en descenso picado hacia el primero de los puentes colgantes hace que aumente nuestra sensación de aventura. Ni que decir que los disparos de nuestras cámaras se suceden, intentando captar la belleza agreste de este lugar único.
El puente actual se construyó en el año 2013, después de que la riada del 1957 se llevara por delante este paso obligado para los madereros que antaño transportaban los troncos talados en las sierras de Cuenca y Teruel por el cauce del río hasta el puerto de Valencia. En este punto tan angosto del cañón, en el que las aguas corren encajonadas, era frecuente que los troncos se cruzasen, atascándose, lo que obligaba a los gancheros a descolgarse con sogas para eliminar las barreras que se formaban, con gran riesgo para su integridad física.
Dejamos atrás el espectacular puente bajando por otra angosta escalera que nos sitúa a nivel del río, ahora en su margen derecha. Atravesamos un segundo puente colgante, este a menor altura, para encontrarnos de nuevo en la orilla izquierda, donde la ruta continúa siguiendo el curso del agua, entre una vegetación exuberante de ribera y los impresionantes farallones rojizos.
En este tramo, las paredes del cañón se encuentran pobladas de escaladores. Chulilla atrae un gran número de deportistas de primer nivel venidos de diferentes partes del mundo, existiendo un gran número de vías de todas las dificultades. Es el turno de los teleobjetivos y no podemos resistir la tentación de cruzar otra vez el río por una pasarela que nos lleva al pie de las vías de escalada para realizar algunas tomas en vertiginoso contrapicado de los escaladores. Las vistas desde aquí arriba son soberbias y la sensación de encontrarnos en un lugar excepcional compensa con creces el esfuerzo realizado.
Reunidos de nuevo con los compañeros que han preferido apurar el sendero hasta la presa de Loriguilla, desandamos el camino recorrido, y ya de nuevo en Chulilla, damos cuenta de una suculenta comida, en la que no faltan excelentes tortillas y unos exquisitos dulces caseros regados con un delicioso vino de nueces, gentileza de nuestro compañero Pere. En este punto, algunos dan por terminada la excursión y emprenden el regreso a casa.
Los más, apuramos la jornada dando un corto paseo hasta el Charco Azul, un pequeño embalse situado en las inmediaciones de la población que debe su nombre a un antiguo “azud” árabe, utilizado para regar las huertas aprovechando las aguas del Turia. Realmente, tenemos la sensación de encontrarnos en un lugar de ensueño, con las aguas turquesa del lago reflejando las paredes que lo encierran. Una estrecha pasarela volada permitía realizar un recorrido aéreo sobre la laguna. Tras las riadas de 1989, su estado es ruinoso. Aún así es posible recorrerla un corto tramo, aunque el nivel del agua nos impide el acceso.
La tarde comienza a refrescar y el cielo se va tiñendo de tonalidades sonrosadas. Es la magia de la hora azul y aprovechamos para tomar las últimas fotografías. Ha sido una jornada intensa, repleta de emociones y estamos exhaustos. Llega la hora de las despedidas. Durante el regreso a casa, con las tarjetas de memoria repletas y las baterías agotadas, comentamos las numerosas anécdotas que salpican un día memorable, tan especial como el que hemos vivido hoy, y que todos los participantes, sin excepción, deseamos repetir en breve.
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